miércoles, 30 de junio de 2010

EL PODER DE DAR


Viven su vida haciendo a los demás como ustedes esperan que ellos les hagan a ustedes.
Había un hombre rico que se vestía de purpura y lino fino. La extravagancia imperaba en su vida diaria.
Y había un mendigo llamado Lázaro el cual se sentaba cerca del portón, que conducía a la casa del hombre rico. El pobre solo pedía las migajas que caían de la mesa del hombre rico. Los perros callejeros venían y lamian sus llagas.
Finalmente, un día el mendigo murió y fue por los ángeles a los brazos de Abraham. Un tiempo más tarde también murió el hombre rico y fue enterrado.
En el infierno, levanto sus ojos llenos de tormento y vio a Abraham a lo lejos el mendigo Lázaro en sus brazos.
Con todas sus fuerzas clamo: “Abraham, ten misericordia de mi, y envía a Lázaro, el mendigo. Haz que meta la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, pues estoy en agonía en estas llamas.”
Pero Abraham replico: “Recuerda, hijo mío, que durante tu vida tuviste lo mejor, y Lázaro solamente tuvo profundo sufrimiento. Ahora el es consolado, mientras tu sufres tormento. Además hay un gran abismo que nos separa, así que nadie aquí puede llegarse a ti, ni tu puedes llegar a nosotros desde allá.
Entonces el hombre rico dijo: “Te ruego pues, que envíes a Lázaro a la casa de mi Padre. Pues tengo cinco hermanos y el podría prevenirlos para que no terminen en el infierno.”
Pero Abraham dijo: “Ellos tienen a Moisés y a los profetas. Déjalos que ellos los escuchen.”
“No”, contesto el hombre rico, “si alguien de entre los muertos fuera a ellos, seguramente ellos se arrepentirán.”
Abraham respondió: “Si ellos no prestan atención a Moisés o los profetas, tampoco serán persuadidos si se levantare alguien de entre los muertos para prevenirlos.”

Jesús de Nazaret

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