Jesús es el hombre enteramente libre: dueño de si mismo y de su propia vida, hasta disponer de ella con soberana libertad, sin temer ni a la muerte:
"Nadie me la quita (la vida), yo la entrego por decisión propia" (Jn. 10,18).
Libre en sus palabras para decir siempre la verdad; por eso:
"Tratan de matarme a mí, hombre que les he estado exponiendo la verdad que aprendí de Dios" (Jn. 8,40).
Lo reconocen hasta sus enemigos:
"Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tu no miras lo que la gente sea. No, enseñas de verdad el camino de Dios" (Mc. 12,14).
Libre para hacer siempre el bien que su conciencia le dictaba: hace lo que le parece que hay que hacer en aquel momento, y lo hace como le parece que hay que hacerlo:
"Yo hago siempre lo que le agrada a él" (al Padre-Dios) (Jn. 8,29).
Y es el liberador. Porque:
"para que seamos libres nos liberó Cristo Jesús" (Gal. 5,1).
Tenemos que mirar a Jesús, largamente, en profundidad, para descubrir de qué libertad se trata, qué es ser hombre libre, cómo ir haciéndonos dueños del bien más preciso que tenemos: la libertad. Jesucristo, el hombre libre y liberador es, pues, nuestro espejo, nuestra guía.